Como sucede año tras año, el ejercicio anterior queda ya muy lejos, máxime este 2015 que se despidió en España con unas elecciones generales el 20 de diciembre, que resultaron infructuosas y con un primer semestre del 2016 trepidante, con el referéndum que aprueba la desconexión del Reino Unido de la Unión Europea y con las nuevas elecciones generales del 26 de junio, que pueden haber cortado el paso a un gobierno de extrema izquierda en España. Se ha corrido el riesgo, aún no totalmente superado y a merced de la sensatez pactista de los políticos, de ser España el primer país del mundo que accediese a un comunismo de nuevo cuño por el camino de la democracia.
La sístole y la diástole de nuestros corazones políticos no deberían poder dar lugar a los colapsos. De ahí y por tantas razones la responsabilidad colectiva. Una sociedad avanzada y con tantos logros como la nuestra no debería jugarse su propio modelo y el sustrato de una civilización milenaria calada hasta los huesos, hasta el tuétano de los huesos como llegó a decir de España, en su día, un hombre del socialismo que se llamó Indalecio Prieto.
Pero aquella transición, exageradamente considerada, al no tener límite y desvirtuarse, ha dado lugar a un exceso de jurisdicciones, organismos y potestades que al poder tomar simultáneamente decisiones distintas, contrarias y aún contradictorias sobre los mismos supuestos y personas, han roto no ya las estructuras políticas, sino también la proclamada igualdad constitucional entre todos los españoles. Estamos dispersados.
España fue y vuelve a ser un borrador inseguro.
Se ha dicho desde siempre que es necesario averiguar la teleología, el porqué de las cosas. Nos ha costado tiempo y tiempo constituir una clase media que es el jugo sinovial de nuestro cuerpo social. Y esta clase, con regocijo de los antisistema que quieren verla proletarizada y convertirla en clientelar, ha sido maltratada precisamente porque no suele ser peligrosa y es fácilmente identificable, incluso en sus obligaciones tributarias.
Otra vez ha surgido la cantinela de lo público y lo privado y no por razones de eficacia y eficiencia, sino de ideología. Parece ser inútil la experiencia y se siguen manteniendo los dogmas, también en política económica, frente a una realidad demoledora, que supone la asociación empresarial voluntaria al mutualismo y a sus favorables consecuencias.
Así en el 2015 nuestras Mutuas han aportado al Tesoro Público 887 millones de euros, asumiendo nuevos cometidos y protecciones y respaldando con sus ahorros el imprescindible pago de las pensiones de jubilación.
Las instalaciones asistenciales y hospitalarias de nuestras Mutuas merecen visitarse. Los tratamientos dispensados, con los medios más modernos, con sus profesionales entregados, con los resultados obtenidos, y frente a esta realidad que arranca desde hace más de 100 años, con 20 instituciones que cubren la totalidad del territorio nacional, se alzan las voces del igualitarismo jacobino.
La Ley de Mutuas entró en vigor el 1 de enero de 2015, pendiente de su desarrollo reglamentario. La ley quedó corta en algunos difíciles aspectos según quienes sabíamos que el absentismo, mitigado por la crisis económica, necesitaba de medidas eficaces y justas, para que no volviera a encalabrinarse como así ha sido. No se trata nada más que dar a cada uno lo suyo.
Conviene proclamar el rol de nuestras Mutuas, tan y tan ignorado. La asociación voluntaria de las empresas a las Mutuas alcanza en el 2015 y en sus diversos sectores:
· Contingencias profesionales: 1.439.577 empresas asociadas, un 3% más que en 2014, con una cuota de mercado del 98,37%.
· Contingencias comunes: 1.210.787 empresas asociadas, un 3,75% más que en 2014, con una cuota de mercado del 83,11%.
Mutua Universal, sigue su andadura extraordinariamente favorable como puede deducirse del audiovisual y la Memoria.