Si la historia de la humanidad en su porción española, hubiera dado comienzo el 1 de enero de 2018 (o de 2017) y amenazara continuar del mismo o parecido modo y si sólo existiera la vida política, habría que tomarse en serio la búsqueda, el traslado y la vida en otro planeta.
Pero afortunadamente no es así. La política, esta política, hay que admitirla sólo a beneficio de inventario y soportarla como si fuera un chaparrón violento y pasajero y atisbar en el horizonte nuevas esperanzas.
Demasiada política. Demasiada difusión de la misma. Demasiadas instituciones, políticas o politizadas.
Demasiados políticos que las rellenan. Demasiadas aficiones dogmáticas, tendencias, e intereses. Escasos estadistas.
La política, preciado arte de la convivencia, sublime vocación del sacrificio propio y servicio al prójimo, se convierte en motivo de desavenencia, incluso entre quienes persiguen objetivos comunes. La política por la política.
Habrá quien opine y se consuele creyendo que así fue siempre, pero al menos en otros tiempos teníamos la suerte de no enterarnos al momento y simultáneamente de todo lo que ocurre y el tiempo y la distancia son casi siempre bálsamos curativos.
Pensé, por hábito, mencionar en esta carta los principales acontecimientos de ese 2018. Pero, independientemente de que muchos de ellos han devenido en sucesos, me niego a referirlos. “El hoy es malo, pero el mañana es mío”, escribió, aún lúcido, D. Antonio Machado.
En estos días se representa en Mérida una obra teatral en la que, como de costumbre, el bueno es Cicerón y el malo Catilina. Casualmente mi lectura en estos días, es un precioso ensayo escrito en 1948 por Ángel María Pascual del que se deduce todo lo contrario. Ángel María Pascual también nos dijo ya en los años de euforia “del orbe de tus sueños hacen criba, de tu propio solar quedaste fuera”.
Cicerón representaba el establishment y Catilina la revolución, la abolición de la esclavitud, pero con la condición de que en sus huestes no se admitiera a los esclavos. Catilina luchaba porque los demás fueran libres, como él lo era, pero sin admitirlos como soldados que combatieran por su conveniencia. En el luchar por aquello que personalmente no nos importa nada, radica la grandeza de la política y convierte a los politicastros en estadistas.
Una de las posibles ventajas de esta algarabía, puede consistir en el recuerdo o reconocimiento de los grandes problemas que tenemos pendientes, algunos no exclusivos de España: la desigualdad económica y social.
El paro, convertido en estructural tantas veces, por el desarrollo imparable y acelerado de los cambios tecnológicos.
La emigración de los más formados e instruidos. La inmigración de los más necesitados.
La normalización del incivismo y la violencia.
La despoblación y desertización de media España.
La falta de una enseñanza común que instruya, forme y culturice, sabiendo que la cultura consiste en la forma de vida de nuestro tiempo y nuestro tiempo es el de los grandes horizontes, de la globalización de los problemas y de sus soluciones, de los grandes avances de la inteligencia y de que España, lo bastante pequeña, ha de ser la mínima unidad de proyección y convivencia.
Algunos, afortunadamente y sin recurrir a zalamerías patrióticas, nos hemos dado cuenta de que esta España ha dejado de ser vieja y tahur, zaragatera y triste (Machado de nuevo, esta vez para contradecirle) y de que ocupa un lugar preferente en tantas cosas buenas y actuales conseguidas por los españoles con esfuerzo, tenacidad y buen hacer d’orsiano durante mucho tiempo, porque, aunque les pese a otros, lo nieguen o lo obvien, estamos en cabeza del primer pelotón en la carrera.