La carta correspondiente al ejercicio y año 2019 parecía propia de un periodo excepcional, irrepetible, en el que se habían desencadenado todos los males que obligaban a tomar medidas unánimes de singular alcance.
Hoy, la corta distancia de un año y lo ocurrido en este 2020 han convertido el año anterior en un plácido discurrir de nuestras vidas. A este paso, lo típico será lo atípico, como si lo normal fuera rizar el rizo o deambular sin contrapeso por el alambre. Es posible que muchos de los problemas a los que hacer frente sean comunes al universo entero, pero algunos, tan nuestros, confirman, como alguien dijo, que España es un perpetuo borrador inseguro.
Bastaría para confirmar la excepcionalidad del 2020 recordar que 162 de sus 365 días han transcurrido en estado de alarma, previsto en el ordenamiento jurídico por un periodo de 15 días. Las sucesivas prórrogas desde el 14 de marzo hasta el 21 de junio han validado ese largo periodo que la ciudadanía, salvo excepción, ha respetado e incluso, por persistir en parte las razones de su implantación, ha supuesto a su fin una cierta indefensión.
Pero la sociedad española, los españoles, para decirlo sin eufemismos, somos fuertes y las consecuencias de esta pandemia que en La Gomera se descubre el 31 de enero obligan a tomar y soportar una serie de medidas sanitarias, sociales y económicas impredecibles.
La reducción y anulación de la actividad económica ha producido grandes estragos. Innúmeras empresas y trabajadores autónomos han perdido su modo de vivir y de contribuir a la pujanza de esa economía que constituye la economía española. El consecuente aumento del paro y la caída del 11% del PIB reflejan la inmensa crisis, aliviada por los ERTE, el aumento del salario mínimo interprofesional y la implantación el 29 de mayo del ingreso mínimo vital. Seculares y recientes instituciones privadas, muchas de carácter religioso, han sido y siguen siendo decisivas en la supervivencia de tantas personas, muchas de ellas en situación de pobreza envergonzante.
Pero esta situación no puede ser permanente.
La fragilidad de nuestra economía es consecuencia de su composición. El desprecio a la industria y a la tecnología, la precaria investigación, la fobia a la iniciativa empresarial convertida en una carrera de obstáculos, singularmente municipales, o la indiferencia a la emigración de tantos que podrían contribuir, aunque fuera a medio o largo plazo, obligan a cambiar el modo de ser de nuestra nación, no solo de su economía. Se siguen lanzando las campanas al vuelo porque en el mes de junio de este 2021 se han creado 160.000 puestos de trabajo de los que solo un 5% corresponde a la industria.
Adaptándonos a una cierta cronología del año 2020, se deben resaltar unos cuantos acontecimientos:
El 7 de enero, D. Pedro Sánchez es investido presidente del Gobierno español: 167 votos a favor (PSOE, Unidas Podemos, PNV, Más País, Compromís, BNG, Nueva Canarias y Teruel Existe), 165 en contra (PP, Vox, Ciudadanos, Junts per Catalunya, CUP, Unión del Pueblo Navarro, Foro Asturias, Coalición Canaria y Partido Regionalista de Cantabria) y 18 abstenciones (Esquerra Republicana de Catalunya y EH Bildu).
La composición de los votos favorables, los de la oposición y la naturaleza de los propios de la abstención, debieran dar lugar a un estudio de la composición de la sociedad española y no solamente quedar en meras conjeturas. Esta realidad parlamentaria convierte en una quimera cualquier Pacto de Estado.
El 3 de agosto, la Casa Real comunica que D. Juan Carlos I se aleja de España, como se aleja o se repudia mucho de lo que, entre todos los españoles, fuimos capaces de llevar a cabo desde 1976.
El 3 de noviembre, Mr. Joe Biden alcanza la presidencia de los EE.UU. de Norteamérica.
El 24 de noviembre, el Consejo de Ministros aprueba la estrategia de vacunación. El mismo día, récord de 537 fallecimientos.
El 3 de diciembre, el Congreso de los Diputados aprueba los presupuestos generales del Estado para 2021.
El 8 de diciembre, la británica de 90 años Margaret Keenan inicia, con la primera vacunación en Europa, el camino a la esperanza.
Entre estos acontecimientos o aconteceres podrían intercalarse aplazamientos y celebración de elecciones autonómicas, votos de censura, sentencias judiciales, la desobediencia a las mismas, sus correspondientes recursos, la aprobación de leyes y acuerdos y los debates parlamentarios que, esperemos, sean solo multiplicación de las discrepancias de nuestra sociedad y que no las magnifiquen.
Y olvidada o mal interpretada, inerme, la necesidad de un proyecto sugestivo de vida en común, Ortega dixit, que movilice la ilusión de tantos que sienten y necesitan lo mismo, sin que nadie se lo ofrezca.
Este mínimo resumen del 2020 ya explicaría muchas cosas.
Las mutuas son reflejo de los vaivenes de nuestra sociedad, máxime si estos vaivenes son la salud y el trabajo.
En este 2020 se ha rozado el límite de su capacidad financiera, porque a las mutuas les han afectado los gastos extraordinarios propios de la pandemia, la disminución de ingresos por cierre de empresas, los ERTE y la exoneración de la cotización de las empresas, las reducciones de plantilla o la necesaria atención a los autónomos.
La decisión del Ejecutivo de cubrir los gastos excepcionales de prestaciones de incapacidad temporal por COVID y las prestaciones extraordinarias de los autónomos han permitido, temporalmente, salvar una situación que a finales de julio de 2020 era desesperada. Pero las mutuas, en su conjunto, no pueden resultar imposibles, porque son la mejor demostración de que la ligazón público-privada resuelve con mayor facilidad grandes necesidades y problemas.
Mutua Universal, ámbito de nuestras responsabilidades, ha respondido a sus obligaciones de servicio a las empresas asociadas y consecuentemente, a sus trabajadores, en el ámbito asistencial, de prevención y de gestión. Su colaboración con la Seguridad Social es para nuestra mutua, con la ayuda del Servicio Público de Salud, algo consubstancial y no episódico. Así entendemos el mutualismo, el estar en primera posición, aportar los recursos para hacer frente a la pandemia, facilitando, además, el acceso de los colectivos más afectados a las ayudas extraordinarias que la Administración ha dispuesto. Más de 183.000 solicitudes de profesionales autónomos afectados por la crisis lo atestiguan.
Gestionar un ejercicio con pérdidas es difícil y angustioso porqué, además, hay que defender con éxito la estructura de la Entidad con los indicadores de gestión y los ratios de solvencia.
En otros frentes, de viejas herencias, y ya en este ejercicio, Mutua Universal ha cancelado la totalidad de su deuda. Este 2021 es el año del endeudamiento cero. Pero de esto hablaremos el próximo año.
Por todo ello, desde aquí el máximo reconocimiento a todos los profesionales de Mutua Universal por su excelente actuación en el año de mayor exigencia que uno recuerda. Mi reconocimiento por el esfuerzo y la dedicación en tiempos tan convulsos. Al Director Gerente en particular, por su amplitud de miras. Mi agradecimiento a los que me acompañan en la Junta Directiva, en la Comisión de Control y Seguimiento y de Prestaciones Especiales y en el Comité de Auditoría y Cumplimento. Al Presidente y Director Gerente de AMAT. A las empresas y trabajadores autónomos afiliados que nos dan su confianza y que tanto han padecido esta crisis. Y evidentemente, a la Administración Pública, con D. Borja Suárez, Director General de Ordenación de la Seguridad Social, nuestro más cercano interlocutor.
La espera y la esperanza son o debieran ser visiones y deseos de futuro.
Con el recuerdo de quienes han perdido la vida en la pandemia y el reconocimiento, agradecido, a todos los profesionales de la salud que han luchado, muchos de ellos hasta la muerte, por salvar tantas vidas.
Al concluir este escrito, transcurrido ya la mitad del año 2021, vuelve a ser difícil pronosticar optimismo desbordante. Pero la vacunación y la experiencia de todo lo vivido obligan a confiar en la naturaleza humana, capaz de conseguir incluso casi lo imposible.
Debemos estar convocados a constituir una sociedad más justa, más entrañable, que supiera distinguir entre lo necesario y lo superfluo. Sin adanismo ni conservadurismo a ultranza. Con naturalidad, como los grandes hechos de nuestras propias vidas.